Un trono, un emperador, palacios, lámparas de araña, reinas locas, damas de corte, elegantes caballeros, coronas, encajes, piedras preciosas, bailes y recepciones... Son términos no fáciles de asociar con el tema que nos ocupa este mes de noviembre. Casi es más fácil relacionarlo con nuestro destino del mes de octubre, con el europeo París. La vieja Europa... aquí nos sobran Versalles, Ermitages o Granjas de San Ildefonso. Estamos muy familiarizados con personajes como Sissi Emperatriz, Iván el Terrible, Leonor de Aquitania, el Rey Sol o Catalina la Grande. En muchos casos, la monarquía sigue siendo un realidad en Europa, perenne, rancia y no adaptada a los tiempos, pero existente al fin y al cabo.
¿Cómo va a ser relacionable esto a Brasil?
Pues de la manera más fácil: Sabiendo que hubo un día en el que hubo Emperador de Brasil, Palacio Imperial en Río de Janeiro, familia imperial y todo lo demás... y claro, todo de orígen europeo. Es un aspecto muy desconocido del gigante brasileño, unido de lleno a aspectos históricos y políticos de Europa y al colonialismo portugués. Nos colocamos la casaca, la peluca enpolvada, el colorete y los encajes en los puños para dar la mirada europea sobre Río de Janeiro. Una mirada que se podía haber dado desde otros muchos temas. Lo exótico en este caso es imaginar una elegante, consentida y gastona corte a la europea en en la salvaje y colonial Sudamérica.
Érase una vez un rey europeo, un regente mejor dicho, del vecino Portugal. Don Juan de Braganza, hijo de María I, la reina loca. Desde 1792 se encargó de ser el rey efectivo de ese gran gigante imperialista que era Portugal durante el Antiguo Régimen. El regente estaba casado con la polémica Carlota Joaquina de Borbón, Infanta de España e hija de Carlos IV y María Luisa de Parma, en una de esas uniones matrimoniales ibéricas que tanto se dieron a lo largo de la historia. Un reino con un imperio colonial centenario que se empezaba a tambalear por la gran nube revolucionaria que emanaba de Francia: La Revolución Francesa y el periodo napoleónico. que hicieron temblar a todas las testas coronadas de Europa.
Retrato de Don Juan VI de Portugal de Debret en 1816 (Museu Histórico Nacional, Río de Janeiro) el protagonista iniciador de la aventura imperial brasileña.
Napoleón Bonaparte era considerado el mismísimo Anticristo por la realeza europea, mucho más que los violentos revolucionarios del Terror decapitador de nobles y eclesiásticos. La tradicional alianza entre las coronas inglesa y portuguesa, que se mantenía a pesar del bloqueo continental exigido desde París, hizo que Napoleón se planteara la ocupación de Portugal, que vendría a significar también el control del incalculable tesoro colonial de un imperio que se extendía por el mundo. Se decide la conquista portuguesa, y el General Junot cruza los Pirineos, con los ojos puestos en Lisboa. Ojos que más tarde se fijaran en la vecina Madrid, pero ese es otro relato.
La noticia encendió todas las alarmas. La familia real temblaba en el Palacio de Queluz, liderados por la reina loca, quizás la primera en darse cuenta del peligro. Un pánico que se adueño rápidamente de todos los miembros de la corte lisboeta, vislumbrándose pronto cual iba a ser la solución a sus problemas: el autoexilio a las colonias americanas, al lejano Brasil, con un inmenso océano de por medio y desde donde el estado portugués podía intentar mover la siguiente pieza en ese eterno ajedrez de la política. Inmediatamente se inician los preparativos en una operación sin precedentes: Trasladar todo el oropel y lujo de una corte europea por mar a unas nuevas tierras. Los palacios se vacían, los archivos se ocultan y toda la élite metropolitana sueña con su futuro tranquilo en la colonia. Los habitantes de Lisboa son testigos de esta huída regia por mar, una huída de todo el aparato estatal que permanecerá para siempre en el imaginario colectivo. No solo se rompe la tradición, lo estipulado, el orden normal de las cosas... la monarquía absoluta pierde su halo quasi divino, y se transforma en una estampida histérica hacia el puerto de Ajuda y pese a las grandilocuentes palabras del regente a su sorprendido e indignado pueblo:
"Creedme, portugueses: obro correctamente. Ahora dejo el reino, pero un día volveré con un imperio"
Vacias palabras al fin y al cabo para los súbditos portugueses, que deberán afrontar solos la presencia napoleónica.
El 13 de noviembre de 1807 zarpa de Lisboa todo el estado portugues: La reina loca (acomodada en un habitáculo enrejado) Don Juan y Doña Carlota Joaquina y su gran camada de príncipes y princesas, la alta nobleza, las altas esferas eclesiásticas, ministros, altos funcionarios, caballeros y damas de la corte, sirvientes, literatos y amigos de la realeza... un gran efectivo de nuevos colonos que tuvo que afrontar un duro y penoso viaje de varias semanas entre tempestades y tormentas, que desde el inicio de la travesía hizo perder la formación de los diversos navíos. La Fragata Príncipe Real donde viajaban Don Juan, sus hijos más pequeños y sus más íntimos e importantes colaboradores perdieron de vista al resto de navíos, ignorando si seguían el trayecto hacia Brasil o sí habían desaparecido. Las provisiones y el agua empezaron a escasear, iniciándose el racionamiento y provocando que la flor y nata portuguesa se convierta en una atemorizada, sucia y hambrienta masa.
Dibujo que muestra la huída regia desde Lisboa en 1807
La pesadilla acaba el 21 de enero de 1808, cuando Don Juan desembarca en el puerto de Bahía. Toda la sociedad colonial esta perpleja ante lo que se encuentra y se iniciará un periodo de esplendor criollo, un orgullo herido por la distancia de una sociedad que anhelaban y que ha cruzado el Atlántico para reunirse con ellos. Acaba la pesadilla de los Braganza. La capital se establece en Rio de Janeiro, desposeyendo a la histórica Lisboa de tal rango, siendo esta la primera vez que un estado europeo cuenta con su capital fuera del continente. Vaivenes históricos y circunstancias políticas, como el regreso a Portugal de parte de la familia, provocarán la independencia de Brasil, y no de cualquier forma: Un Imperio. La primera forma monárquica americana, de mano de otro protagonista de la historia brasileña: Pedro I, Emperador de Brasil.
Pedro I de Rodrigues de Sá en 1830 (Museu Imperial, Petrópolis)
Todo este pasado y herencia a la europea, tiene aún su reflejo en la actual Río de Janeiro y sus alrededores. Máximo exponente de los origenes occidentales brasileños, que tras la explicación de su inicio pasamos a investigar entre los múltiples tesoros que nos oferta la gran urbe carioca. Hoy podemos hacer ese turismo de palacios y realeza en el exótico Brasil. El centro de Brasil es testigo de este pasado: Nos encontramos el Paço Imperial, a través del cual podemos hacer una clase de historia brasileña haciendo un recorrido por sus moradores, desde sus primeros inquilinos los virreyes, pasando por la familia real portuguesa que se convertira en imperial brasileña y terminando su uso como centro público y cultural ya en época republicana. En la actualidad conserva ese cariz cultural, albergando una biblioteca, salas de exposición y proyecciones en un marco incomparable, un palacio de estilo barroco portugués en la ciudad de la samba y el carnaval.
Paço Imperial en Río de Janeiro
La siguiente residencia carioca de la familia Braganza lo fue gracias a una donación. Hablamos del Palacio de Sao Cristóvao, dentro del complejo de la Quinta da Boa Vista. Sede más mítica y visible del periodo imperial, que hoy alberga el Museu Nacional do Brasil. Construcción neoclásica, ampliada y reformada en varias ocasiones por sus distintos moradores, y fiel reflejo de las modas regias imperantes y creadas por sus primos europeos: Salas de recepción, Salón del trono, jardines artísticos de ensueño... Su labor actual la ostenta desde la proclamación de la Repúbica, cuando la familia es expulsada de Brasil y gran parte del legado artístico destruído y otra parte reubicado en el otro gran palacio brasileño.
Palacio de Sao Cristóvao, hoy sede del Museu Nacional de Brasil
Finalmente nos alejaremos un poco de Río de Janeiro, haciendo una excursión a los alrededores de la ciudad, donde encontramos la última joya herencia del pasado imperial, como podríamos hacer desde Madrid a Aranjuez, El Escorial o La Granja de San Ildefonso. En esta ocasión nos centramos en el Palacio Imperial de Petrópolis, a 68 km de Río de Janeiro. Petrópolis es una ciudad que respira ese pasado regio, mandada construir alrededor del Palacio de Verano de la familia imperial. Su construcción se concluyó en 1845, y en la actualidad es el Museu Imperial, lugar idóneo para finalizar este recorrido alternativo por el pasado brasileño.
Museu Imperial de Petrópolis, el museo más visitado de todo Brasil
Del mismo modo que se exportó el imperio, se exportó la república, y desde 1889 se apagaron los grandes salones de fiestas, los grandes retratos dinásticos cogieron polvo, las grandes recepciones, besamanos y bailes se convirtieron en recuerdos así como la familia imperial brasileña, una de esas familias fósiles, enraizadas y obsesionadas en un pasado que nunca volverá y alejadas de el presente y el futuro, al menos, bajo la anhelada forma de sus antepasados o a la semejanza de sus socios españoles, británicos o suecos. Garantes de unos derechos dinásticos que a nadie importan, nadie respeta y ni siquiera se recuerdan.
Para terminar, dos notas culturales para ampliar el tema. La primera, el libro "El imperio eres tú" del madrileño Javier Moro, Premio Planeta 2011 y muy acorde al tema desarrollado. Podemos dar un paseo en esa atmosfera cortesana emigrante a través de la figura de Pedro I, tanto la historia política del Portugal y el Brasil decimonónico como su agitada vida personal. La segunda, la película "Carlota Joaquina, princesa do Brasil" dirigida por la brasileña Carla Camurati en 1994, nos presenta el retrato de la infanta española en su exilio carioca con un lenguaje satírico que alcanzó un notable éxito de taquilla en las salas de cine del país. A continuación un breve fragmento que reinterpreta de forma irónica y humorística el hecho desencadenante del pasado imperial brasileño: La huída de una forma de estado y su implantación foránea, un experimento forzado que no prosperó, pero que dejo un legado, unas fuentes y una historia a la que es interesante acercarse.
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